Durante
el transcurso de los años, y por una sucesiva reflexión, he logrado trazar, en
efecto, alguna remota relación que se puede formar con aquellos objetos que a
diario nos acompañan sin que nos fijemos en ellos. Entre ese paisaje lleno de
personas que van y vienen, buscando enriquecer sus conocimientos, existen
elementos que se mantienen en el tiempo, convirtiéndose en algo insignificante
para muchos. Una intensidad de pensamiento, de acción, de palabras es quizás el
resultado, o por lo menos, el indicio de una gigantesca voluntad por reconocer
su existencia durante nuestro paso por la universidad; hubiese podido dar otras
y más inmediatas pruebas de su presencia, sin embargo me limito a expresar lo
que pienso a través de estas humildes letras.
Por
las mañanas el sol da los buenos días a los banquitos, quienes se preparan para
recibir –como de costumbre- al centenar de jóvenes en búsqueda de conocimientos
y que desfilan a lo largo y ancho de los espacios dispuestos en la universidad,
algunos recurren a ellos para discutir temas profundos cargados de un alto
nivel intelectual típico del lugar, otros sólo mencionan temas frívolos,
mostrándose como instancias vacías sin mucho que decir; cualquiera sea el caso,
estos banquitos, que a diario están presentes pero que muchos no detallan,
guardan un centenar de historias pues se han convertido en el acompañante
perfecto de los estudiantes.
El
tiempo no ha pasado en vano para estos banquitos, los cuales comparten una
historia cónsona con la creación de la UBA hace más 25 años, sin embargo han
sabido soportar las inclemencias del cambiante clima, por las mañanas toleran
los suaves rayos del sol que se van calentando con el pasar de los segundos hasta
alcanzar su máxima temperatura, recibiendo directamente el resplandor de un
astro rey tropical cargado del calor
insoportable característico de la región; Algunas veces les acompañan
torrenciales aguaceros cargados de fuertes vientos, empapándolos por completo;
sin embargo la constante inclemencia que han sabido soportar es la del centenar
de estudiantes que han hecho uso y abuso de ellos durante horas, varios días a
la semana e incluso años.
Largo
ha sido el tiempo desde su construcción; las fechas han transcurrido rápidas y silenciosas
para los banquitos, donde muchos han esperado la hora de clases, pero sin duda
alguna, y a pesar de que los estudiantes, profesores, personal administrativo,
de seguridad y obrero no lo noten, son sinónimos de constancia, de permanencia,
del mantenerse firmes ante las adversidades y de un sinfín de términos que
dejan un mensaje que olvidamos por el ritmo de vida al que nos hemos sometido,
con un paso acelerado sin percatarnos de los pequeños detalles que nos rodean,
es así como los banquitos de la universidad pasan desapercibidos.
No
es posible dudar lo ya afirmado, se han convertido en los acompañantes
perfectos de los estudiantes, pues ellos escuchan sin reclamar los cuentos
llenos de alegrías y tristezas, aconsejan sin hablar y comparten sin estar, no es
posible dudar de ellos, pues siempre están dispuestos a recibir la compañía de
quien quiera un descanso en medio de un mar de asignaciones académicas, personas
y conocimientos, debe ser por eso que son tan famosos y queridos por los
estudiantes; además el primer rayo de luz que cae en la universidad, está sobre
ellos. Qué sería de la UBA sin sus populares banquitos, dónde se darán las
conversaciones entre los estudiantes sino alrededor de ellos.
Soy
consciente de que para muchos seré culpable de relatar de una manera tan
trivial el paso del tiempo sobre un objeto que para pocos tiene significado, un
objeto indiferente y tan común. Lo siento, mis actos están siendo controlados
por mis ganas de escribir sobre aquello desconocido, lo que hago, dejo de hacer
va determinado por mis pensamientos. Posiblemente piensen que debería haber
narrado con más detalle y minuciosidad un hecho por medio del cual, y esto es
muy cierto, se podría arrojar mucha luz sobre una interesante rama de la opinión
pública. Aunque pensándolo mejor creo que será mucho más seguro decir lo menos
posible acerca de un asunto tan cotidiano. Lo siento profesora Isa Ramos, esta
crónica que debía ser sobre usted, la sedo al común de los estudiantes en la
universidad Bicentenaria de Aragua, los banquitos.
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