Nuestro cerebro es capaz de realizar
innumerable cantidad de tareas; sin embargo una de ellas nos condena a ser
esclavos –sin salida- de ella, el habla. El ser humano nace con la necesidad de
establecer comunicación con sus semejantes, lamentablemente esta habilidad (la
de comunicar) debe atravesar un proceso lento y continuo lleno de ensayo y
error.
La vida, tal y como la conocemos
ahora, se caracteriza por la brevedad y la inmediatez. Incluso las
informaciones han dejado de ser verídicas para convertirse en inmediatas. El
hombre contemporáneo ha dado un salto con sólo un clic desde lo cavernícola
hasta lo cibernético, desterrándose a una esfera globalizada por la vida 2.0.
Pero poco o mucho interesan la
vida digital ante el contenido que ésta muestra a sus usuarios, el lenguaje se
sobrevive a sí mismo con el pasar de las décadas motivado a las ansías
inagotables del ser humano por vincularse a sus semejantes, rodeándose de actos
que le invitan al mero hecho de la comunicación.
Pero de toda esta teoría surgen
diferentes debates sobre la evolución humana tras la aparición de una
panorámica comunicacional que usa como prefijo o sufijo el término “web” y que
a su vez divide al conjunto de individuos que habitan en el planeta entre
quienes exprimen las ilimitadas posibilidades de la era digital en
contraposición de aquellos que poco a poco se van reduciendo a causa de una
marcada resistencia obstinada al cambio.
No es de extrañar que la especie
humana se pierda en esta transacción de contenidos entre uno y otro polo,
desconociendo que la eficiencia del hecho se encuentra en la forma en que este
fluye de un extremo a otro, considerando las particularidades formales y
operativas de cada medio. Demostrando que sin importar que el hombre sea el
creador, es el medio el que limitará al mensaje que se desee difundir.
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